.

.

sábado, 6 de junio de 2015

La otra cara del amor

Dagas en mi piel aceleran el paso para abrirse un camino libre hasta la región izquierda del mapa de mi pecho.  Era tu región, la había preparado para ti, para que te quedases a vivir, para siempre si quisieses y ahora la ha invadido el más profundo de los dolores, y tú lo permites, joder. La muerte es el mal más pequeño si al otro extremo de la comparación estás tú, pendiendo de un hilo mordisqueado por la vida que no te ha sabido tratar.

Te has destrozado y ahora eres lo poco que queda de mí y me siento un ser inerte sin corazón y con demasiado aire que antes era para dos en los pulmones. Me he vaciado por ti. Te he dado lo que incluso no tengo porque ese vacío se llenaba con verte feliz, pero ahora no lo eres y tus risas alojadas en el oído derecho en el que siempre me susurras han saltado desde los ojos hasta el precipicio que me supone tu dolor.

Te prometí salvación y pensé que te la había dado. Parecía demasiado fácil. Pero aquí estás, muriéndote por dentro y yo mirando sin saber qué hacer porque por una vez no quieres aferrarte a mi mano. Creí que ya estaba todo hecho, que tus miedos se habían emblandecido con mi poesía y habían decidido soltarte para dejarte correr hacia mis brazos, esos brazos que te amarraron con una fuerza inexplicable para no dejar que viniesen otra vez a por ti. Ahora siento que te he soltado. Y que además tú ya no quieres volver, porque sabes que no voy a ser capaz de acabar con todo tu sufrimiento.

Piensas que eres la persona más destrozada del mundo, pero desde que me besaste y me dijiste te quiero, yo soy tú y un poco yo. Sufro por ti, y por lo poco que queda de mí y aún no te había dado. Pero vamos, que puedes llevártelo, ya no me importa.