.

.

miércoles, 29 de julio de 2015

Tras la perfección de nuestra fachada

Me duele que te duelas.
Me duele verte con la mirada cargada
de asfalto que no lleva a ninguna parte
y que solo dispara la grava
de lo que algún día luchaste
por no ser.

Pero me duele aún más
haber venido con promesas de poesía
y salvación
y no poder acabar con tu mierda de pasado
y los rescoldos de él
que quedan en el presente.

Me duele haber llegado hasta aquí engañándome a mí misma
como quien se convence
de que el tabaco no acabará tan pronto con él o como quien dice:
"hoy será un gran día"
despertando entre barrotes.

Engañándome a mí misma con versos que no te llevan a ninguna parte.

Que sí, que todo cambia
cuando cruzamos miradas
y jugamos a ver quién sonríe primero, porque te veo feliz,
pero no puedo evitar sentirme como un pescador
tirando su caña a un mar de plástico: fracasada.

Desde el minuto uno
supe que protegerte sería protegerme
y hay demasiado de mí
de lo cual debería(s) cuidarte.

Si te acaricio con mi dolor
mataré la fuerza que he venido acumulando todo este tiempo,
aunque no fuera para mí,
aunque fuera para salvarte.

Perder esa fuerza supondría perderme, porque no sabría cómo seguir ayudándote si saco toda esta basura
a las puertas de mis derrotas.

Ya resolví este dilema hace demasiado:
Dejarme caer en tus brazos
y acabar despeñándonos juntas
o salvarte a ti, salvándome a mí,
y no caer ninguna.

Ya sabes cuál elegí.

No me culpes de quererte así,
que ahora por fin puedo decir
que he sabido escribir con palabras
todo lo que siento por ti.