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martes, 10 de mayo de 2016

Dios busca el secreto de tus resurrecciones

He sido durante mucho tiempo carnívora de mí misma
y me he arrancado a tiras la piel de un mordisco
para hacerme una cortina con la que evitar
que entrase un rayo de pánico más a través de mis costillas

He amordazado a mis sombras para evitar
que hablasen demasiado y me he hecho daño
al convertirme en refugio propio y dar vueltas sobre mí misma
para entrar por mi espalda rompiendo en verbos mi columna
como un perro buscando su cola.
-aunque los perros juegan y yo sólo luchaba por sobrevivir.-

Mis lágrimas comenzaron a bailar
al son de las llamas
y por eso, si acaricias suavemente mis mejillas,
podrás dibujar el relieve de los ríos de fuego
provocados por mis vacíos.

Un día mi dolor se conectó con el de Santi Balmes
dentro de una canción y me hice medio dos
hasta poder tener a otra yo que hiciera guardia a los pies de mi cama
y espantara las pesadillas que habían roto los cristales de mi voz,
aunque la noche fuera eterna y los monstruos se cargaran de artillería pesada.

Pero a ti podría decirte que la vida son dos sílabas
y que has llegado justo en el golpe de voz que las separa
y que contigo los espacios son tan inmensos
que los planetas de tu techo me han concedido la inmortalidad.

Por eso, cuando el día llega a su fin y reina la oscuridad
construyo un camino de versos hacia tus trincheras
y te hago –aunque soy más de reconstruirte-
el amor en medio de un campo de batalla.

Porque eres un faro en tierra que me guía cuando estoy perdida
y me hace navegar segura por tu cuerpo cuando te sueño
y comienzan a chorrear desde tu pecho cascadas de flores
que voy recogiendo una a una para echarlas sobre la tumba
de mis genocidios inconsecuentes y voluntarios.

Puede que esté demorando de nuevo mis derrotas
y que te vayas más pronto de lo que chillas subida a la luna
pero sé que si te vas, estaré bien.

Porque tú ya me habrás salvado
y yo ya habré aprendido a quererme.