.

.

martes, 10 de mayo de 2016

Acepto las disculpas que nunca me pedirás

Hoy he vuelto a todos los lugares
que fueron testigos de una mentira más bonita
que una primavera viva sobre un paisaje nevado
y pensé que sería un suicidio.
Te lo juro, mi maldito amor.

Pensé que los árboles se prenderían
con el fuego del atardecer reclamando
el calor de esos besos que te robaba
mientras tocabas la guitarra.
Pero en el césped ya no crecen las margaritas
y mis playeros se han llenado de barro.

Ha llovido demasiado
y la tierra mojada ha sepultado
esas hojas llenas de acordes
que hablaban de nosotras.

Las baldosas que pisábamos cada día
que estábamos juntas se han podrido
y ya no he sentido los temblores
que producía tu mano cuando se agarraba a la mía
y hacía de mí un terremoto.

El lugar donde solíamos gritar seguía lleno de fuego
y lo he vuelto a retratar como tú hiciste  hace exactamente un año
mientras decías que querías prender Valladolid
y hacerme el amor sobre las cenizas.

La barandilla sigue diciendo
que allí tuvo lugar el número dos de los besos
que formaban nuestro ranking
(espero que al menos recuerdes el primero)

He regresado a la fuente
que vio nuestro reencuentro más precioso,
contigo y conmigo abrazándonos
en medio de una tormenta  tras semanas sin vestirnos de la piel de la otra
y he vuelto a esconderme  aún sabiendo que tú no me buscabas
y que no había sitio para bromas.

Por último, he decidido acabar
donde acababan y empezaban  todos nuestros viajes,
en la estación que nos despidió el primer día
hasta la semana siguiente
y en la que nos despedimos para siempre.

Pero del bus de Alsa no ha bajado corriendo
hacia mí ninguna chica con rastas
y las taquillas donde compraba
los billetes con destino a tu puerta
estaban cerradas.

Quiero que sepas que ya no te guardo rencor,
que te perdono, mi maldito amor,
porque al igual que las taquillas,
mis heridas también están cerradas.