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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Punto y a parte.

Se está quemando el pasado.
La cera de los momentos vividos escurre por mis manos.
Arde y duele pero me hace sentir viva.
Tengo las palmas al rojo vivo de dar tortazos a la tristeza
y todavía ninguna de las dos se rinde.

El sol empieza a asomar la cabeza
entre las rejas de un cielo encapotado de decepciones
y brillan las lágrimas de las hojas que caen de los árboles
porque se arrepienten de haber vivido aferradas.
Pero ahora son hijas del viento y por lo tanto, libres.

Los pájaros celebran la ausencia de toxicidad
haciéndome un pasillo de cantos alegres
y quien me quiere se está encargando de construirme
un nuevo corazón a prueba de excusas.

La lluvia busca en el suelo lo que perdió entre nubes
y mis piernas gritan hacia lo alto

que no necesitan volar mientras puedan saltar.

Además, como dijo uno de los grandes:
En el cielo no hay cerveza.

Última ronda.
Muerte o supervivencia.

Traspasa las cuerdas una postal que se pega a mi pecho,
el cual lucha por respirar sobre la lona.
Es de la razón.
Dice que ya ha llegado a esos lugares imposibles.
Y en la foto aparezco yo,
sonriendo,
respirando.
Y lo más importante.
Sola.
Y hay que ver qué guapa estoy.

Dejo los golpes de lado y abandono el cuadrilátero,
porque comprendo que no hay que pelear con la vida,
sino vivirla.